Historia
de un fracaso
Un fracaso suena
duro. Cometer errores puede dar vergüenza. El miedo a fallar es horrible. Hay
personas que equiparan su valía personal con el éxito o fracaso que tengan en
un proyecto. Si una persona no la hace, uuyyy, pobre, se lo cargó la tristeza.
Pero si en cambio se tiene una buena actitud hacia el fracaso, esto puede ser
justamente el principio del éxito. El mundo de los negocios, de los mercados
abiertos, de la globalización, trata justamente de arriesgar. Es la naturaleza
del sistema. Los recursos se asignan de manera espontánea y se ven favorecidos
aquellos que invierten en áreas relevantes, con una clara proposición de valor
y que ejecutan bien.
Pero las cosas no
siempre salen bien a la primera. Es más, por estadística, lo más probable es
que salgan mal. Pero dependiendo de la actitud que se tenga, se puede ver como
un fracaso rotundo o como una lección invaluable. Suena a filosofía, pero esta
perspectiva mental, puede convertirse en la diferencia entre triunfadores y
perdedores.
El fracaso tiene una
connotación particular en México, empezando por su historia.
A
México llegaron españoles con perfil de aventureros, sin familia, desarraigados
y algunos ex presidarios. La promesa era hacerse rico rápidamente, obtener
propiedades, allegarse concesiones y de pasada, encontrar La Ciudad de Oro o la fuente de la juventud.
Por algo el nombre de Conquistadores, venían a vencer, dominar y explotar. A
los nativos se les incorporó y se les usó. A las indígenas se les violaba o se
les enamoraba, y el resultado fue un México mestizo: mitad español, mitad
indio. La clase social se definió en función de la raza:
españoles-continentales (los “originales”), españoles-criollos (hijos de
españoles nacidos en México), mestizos, indígenas.
La señal de éxito
era cuánto territorio, cuántas mujeres y cuántos trabajadores se tenían. A
mestizos y sobre todo a indígenas, se les esclavizó y se les explotó. La ética
de trabajo se desvaloró ante la explotación. La Conquista vive en el léxico
común de nuestros días: si alguien nos llama por nuestro nombre, contestamos
“mande”, como símbolo de “Ud. ordene”, producto de una actitud sumisa y
explotada. La forma de ganar dinero
y poder, era tener buenas relaciones en el virreinato, un buen manejo de la
política, y estar cerca de los centros de influencia.
Contrastando, al
este de Estados Unidos, a la Piedra de Plymouth, llegaron los ingleses –
Quakers, muchos de ellos- con toda su familia. La promesa era libertad de
religión. Se les llamó settlers o pilgrims porque venían a establecerse y a
construir una comunidad. A los nativos se les excluyó, independientemente de la
tribu -Apaches, Comanches, Sioux- los mataban y no se mezclaban; eran
“diferentes” y no incorporables, ni convertibles (a la religión): “allá ellos,
acá nosotros”. Acabaron por reducirlos a una minoría. Las clases sociales
apenas empezaban a formarse. La necesidad de colaborar para sobrevivir en nuevo
territorio y con un enemigo común -los indios- disolvió en gran parte la
segregación de los inmigrantes. La señal de éxito era tener una casita propia,
practicar libremente su religión, trabajar duro para el futuro y tener a la
familia con un núcleo integrado.
La ética de trabajo
lo era todo. Había que empezar de cero y construir. La misma religión imponía
rituales y actitud hacia el trabajo. “La tierra de la oportunidad” el american
dream, se empezó a escuchar por el mundo entero, llegaron más ingleses,
italianos, judíos, alemanes, etc. La forma de ganar dinero y poder, era con
trabajo, méritos y arriesgándose como microempresarios. Fracasar era cosa de
todos los días, si les iba mal en una cosa, pues a hacer otra, fácil, no
problem.
La cultura empresarial y las fuerzas del mercado
promueven la movilidad
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